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Habitantes.

Ahí se encontraba el pobre señor Pablo Fernández, los ochenta y cuatro años que tenía encima ya le pesaban. Pobre señor Pablo Fernández, que murió el mismo año del cual les estoy contando. Lo conocí muy bien, era amigo de mis abuelos. Vivía en la calle de Cedros en el número 26. Una casa vieja y solitaria. El solo vivía ahí, su esposa había muerto ya, sus hijos habían crecido y se habían mudado, nadie quería vivir con el señor Pablo.

Era Diciembre, el señor Pablo ya tenía problemas en serio: La pensión de la casa, la tenencia, la presión alta, la diabetes, la muerte de su hermana Julia y la enfermedad de su hija, Diana; en fin, su vida era un desastre. Un día, el señor Pablo se encontraba dormido frente a la televisión, ahí, con todo prendido. Cuando sintió una fría brisa que le penetraba por la piel. Al abrir los ojos, la televisión estaba apagada, no había luces y vio una sombra subir por las escaleras. El señor Pablo se puso pálido, blanco, casi transparente. Se quedo mudo y tieso. Tomó su bastón lentamente y salió de casa poco a poco. Los policías de la privada donde vivía el señor Pablo pasaba dando una ronda simple, como todos los días. Cuando el señor Pablo vio al policía le grito que alguien había entrado a su casa.

El policía entró con macana en mano, sigilosamente subió por la escalera y recorrió la casa de pies a cabeza. No había nada, la luz se había ido, todo estaba exactamente igual. Esto se lo comentó al señor Pablo, el cual no quedó muy confiado en lo que el policía le contaba, pero al fin, no tuvo otra más que creerle, así que durmió de nuevo viendo la televisión.

Esta vez solo vio subir por las escaleras algo. Salió esta vez corriendo y cojeando hasta llegar a la calle donde cayó al piso. El señor Valderrama le ayudó a levantarse y le preguntó lo que pasaba y el dijo lo mismo: «Hay alguien en mi casa.» El señor Valderrama con sus 35 años de nacido, entró solo a ver que pasaba y no encontró nada. «Señor Pablo, ¿usted está seguro de eso de la persona en su casa?» El viejo asintió.

«Bueno, señor no hay nada en esta vieja casa, solo usted. Así que no se preocupe, que todo está bien.» Por supuesto las palabras de Valderrama no duraron mucho dentro de la cabeza del señor Pablo.

Lo agarró la noche y decidió irse a dormir. Al acostarse en su cama y apagar la luz, sintió como la tierna sombra lo abrazaba con fuerza mientras susurraba: «Adiós.»

Este cuento va para el señor Victor, que su locura me ha atrapado y me impulsó a escribir esto.

Acerca de cuentos grabados en piedra.

Hola, soy Pedro y me gusta escribir./Hey, I'm Pedro and I really like to write.

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